La dignidad docente

SE CONQUISTA LUCHANDO DIGNAMENTE

Marzo, 2017

En los últimos años, la palabra “dignidad” ha resonado en varias con signas, toda vez que los profesores  de Chile somos tema en la opinión  pública. Vale la pena detenernos a  reflexionar en relación a la siguiente pregunta: ¿en qué pensamos a la  hora de pronunciar la frase “Dignidad Docente”?; o ¿Qué significa  para nosotros el devolver la dignidad al profesorado? 

Varios sectores políticos, institucionales, sociales y gremiales han  intentado hacerse cargo de esta  situación, apelando por lo general  al argumento de que la mejora en  la situación del profesorado, es decir, “la recuperación de la dignidad  docente”, pasa principalmente en  la mejora salarial de éstos. Que se  debe avanzar en igualar las condiciones de sueldo de los profesores  en relación a la renta de otros profesionales, se dice. De esta manera, los docentes volverían a ocupar  un lugar gravitante al interior de  la sociedad. Se entiende entonces  que, a medida que el sueldo suba,  se incrementa la dignidad o respeto a la labor de los profesores. 

Pero ¿es posible reducir los alcances de esta consigna exclusivamente a una variable de índole salarial?  De otra manera, ¿se podría establecer que aquella valoración especial  que existía otrora hacia los profesores, el respeto por la condición  de “ser educador”, reconocido al  interior de la sociedad, se retomará el día que nuestra billetera se  vea más abultada? 

Consideramos que para poder acercarnos a una definición más certera respecto a esta idea, es preciso adentrarnos en la cotidianidad del  profesorado, al corazón de la realidad escolar, no vista o medida desde fuera, mediante el uso de pruebas o encuestas estandarizadas,  sino desde la visión de nuestros  colegas, desde las conversaciones  más propias y puras que emanan  de la “sala de profesores”, ese lugar propio de los colegas donde se  aprende, se trabaja y se comparte  la vida también. Allí creamos relaciones de confianza y apoyo para  cuando nos lamentamos de “lo mal  que se portó el curso”, y donde  juntos nos volvemos a reencontrar  y reencantar con esta profesión  que hoy por hoy se hace cada día  más difícil de ejercer. 

El incuestionable lema de antaño de que “detrás de todo médico,  abogado, ingeniero o arquitecto  hubo un maestro que los formó,  orientó y educó”, resuena menos en las actuales generaciones.  ¿Cuáles pueden ser las causales de  esta amnesia social hacia los profesores? La respuesta puede encontrarse justamente en la ruptura o  desintegración del tejido social que  sostenía esta valoración y empatía  hacia los maestros. En otras palabras, la manera en que las relacionales sociales impuestas y naturalizadas por el neoliberalismo  han trastocado y reconfigurado la  forma en que se generan los lazos  entre el profesor con sus alumnos, con los apoderados, con los  directivos de cada escuela; y, en  definitiva, con la toda la sociedad. 

En cuanto a nuestros alumnos o  digamos “estudiantes” (según las  nuevas teorías del aprendizaje, así  se les debe decir), resultaría fatalista señalar que hemos perdido por  completo su respeto; sin embargo,  para nadie es un secreto que en  la actualidad hacer clases es más  complejo que antes. El neoliberalismo opera descomponiendo social  y culturalmente la sociedad, influye en nuestros estudiantes y golpea  directamente en los maestros. El  docente es el que debe hacer frente a esta nueva cultura que se reproduce y que es arrastrada al sistema escolar, penetrando nuestras  aulas. La violencia física y verbal,  la indiferencia, las amenazas, la  delincuencia, el tráfico y consumo  de drogas, forman parte del paisaje que deben ver y vivenciar los  docentes a diario. Es así como, el  ganarse el respeto de los alumnos  pasa a ser consigna número uno.  Muchas veces, los conocimientos  quedan en segundo plano; “mientras los cabros no te pesquen en la  sala, no hay nada que hacer”. Esta  realidad objetiva, es la que le imprime a la labor de enseñar, una  sobrecarga psicológica y emotiva  que sobrepasa las horas de aula,  un peso del que difícilmente puede  desligarse sin que ello no afecte su  vida en el trascurso del tiempo ¿podrá compensarse aquello con bonos  o más sueldo a fin de mes?  

Por otra parte, la relación con el  apoderado, antiguo aliado irrestricto del maestro, hoy también se  ha transformado. Así como hay estudiantes que reconocen y valoran  a sus profesores, también existen  padres y apoderados que siguen  manteniendo esta deferencia. Sin  embargo, en el último tiempo, gran  parte de éstos ha asumido un nuevo  rol, el de “fiscal acusador” ante el  “sospechoso mal docente”, culpable de que su hijo no aprenda, que no se motive por estudiar o porque  simplemente se entere a fin de año  que está repitiendo. En colegios  de carácter subvencionado, pero  más acentuadamente en establecimientos particulares pagados, la  relación clientelar que se genera  entre quienes “pagan un servicio” y quienes lucran a costa de  él, hace que la condición de los  profesores se aún más frágil. Es  común que se den situaciones en  las que alguna sanción disciplinaria  adoptada por un docente hacia un  estudiante o bien algún rendimiento académico insuficiente de éste,  se zanje con una simple conversación a puertas cerradas entre el  apoderado y el dueño de colegio (o la figura títere del director o  rector), así la medida del profesor  queda sin ningún efecto. Inclusive,  es posible que el mismo docente  pase a ser cuestionado por “su in capacidad para hacer su trabajo o  por la poca vocación demostrada,  al no tener paciencia con sus estudiantes”. 

Capítulo aparte es el rol que des empeñan los denominados equipos  directivos al interior de la escuela. Según diagnósticos realizados  por “expertos en educación” del  MINEDUC, o de las autodenominadas prestigiosas fundaciones lideradas por tecnócratas progresistas  (Educación 2020, Educar Chile, un  nutrido número de ATEs, etc.), los  malos resultados de las escuelas y  liceos en Chile se deben a la debilidad de la variable Liderazgo Directivo. Se pusieron de moda entonces, algunas frases y conceptos  destacando el de “mejora” y “gestión” (está demás señalar cuanto  ha crecido el lucrativo negocio de  los diplomados y magíster en educación referentes al tema).  

Pero ¿Cómo ha afectado esto a nosotros los maestros? Efectivamente las nuevas ideas para la gestión  del cambio, repercuten en nosotros  los profesores quienes debemos  agregar una carga adicional a la  ya pesada labor de hacer clases,  que no es más que un aumento de  la burocracia interna. No se trata  de justificar la irresponsabilidad y  la falta de profesionalismo. Estamos de acuerdo que cada uno de nosotros tiene el deber de responder de buena forma a todas las responsabilidades que imprime la función docente (planificación de la enseñanza, evaluación y análisis de  resultados, cumplir con las labores  administrativas básicas, etc.), sin  embargo, lo que genera malestar  es el exceso de burocracia o más  bien de papeleo innecesario (planificaciones de diversos formatos  año tras año, entrega de informes,  ingreso de notas, etc.), trabajo que  muchas veces ni siquiera alcanza  a ser revisado, ni menos retroalimentado por los coordinadores  pedagógicos o directivos de turno.  Es decir, un trabajo que no tiene  un correlato concreto en la realidad, que poco aporta a nuestro  desempeño en el aula. Más bien,  aumenta el trabajo que debemos  llevarnos para la casa. 

Finalmente, demás está el mencionar el discurso crítico e inquisidor que se ha instalado de manera  sistemática desde las instituciones  del Estado (MINEDUC) e incluso de  Universidades y demás entidades  vinculadas con la educación. Esto es, que la mayor parte de los malos resultados de la educación en  Chile, es decir, la razón fundamental por la cual los alumnos no  aprenden se debe a que los profesores están mal capacitados, desactualizados, desmotivados, o, en  definitiva, sin vocación. De ahí la  intencionalidad clara de elevar la  cantidad de instrumentos para evaluar a los acusados como el famoso  portafolio y otros que se añadieron  a la nueva carrera docente. La frase típica que se enuncia: “los pro fes tienen miedo a ser evaluados”,  como si el problema real fuese ese.  La razón de nuestra crítica es clara, el portafolio, como también  otros instrumentos, no hacen más  que aumentar los niveles de trabajo adicional y de desgaste físico y mental que muchas veces  deriva en crisis de stress en gran  cantidad de nuestros colegas. La  decepción se hace presente al recibir los resultados. Lo demás es  estadística, sólo útil para seguir  con el descrédito de los profesores  a través de los distintos medios de  comunicación.

De esta forma el estudiante, el  apoderado, la burocracia interna  en cada escuela, el Estado y sus  instituciones han dejado de valorar y respetar el rol de los profesores en la sociedad y por lo  tanto, del despojo de la dignidad  del gremio. ¿Entonces qué camino  debemos seguir? Ya sabemos que el  dinero sólo aumentará nuestra capacidad de consumo, pero no nos  hará más felices haciendo clases. 

La alternativa que debemos adoptar ha estado siempre a nuestro  alcance. Es el camino de la organización, aquella que debe emanar desde el corazón de la sala de  profesores. Fortaleciendo la unidad gremial, no sólo para marchar  o irnos a huelga cuando existen  movilizaciones a nivel nacional, en  las que muchas veces depositamos  toda la confianza y responsabilidad  en las instituciones y dirigentes de  turno que nos convocan (sea cual  sea su color político), sin ningún  resultado a nuestro favor. Debemos  asumir que la responsabilidad de  organizarse y luchar recae siempre  en nosotros, y que nuestro deber  es crecer día a día en disposición y  compromiso. 

¿Qué tenemos a nuestro favor?  Toda la creatividad que nos caracteriza, esa que llena de colores las calles y alamedas de las  ciudades del país, cuando nos movilizamos. ¿Cuál debe ser el foco  de nuestras demandas? La mejora  de las condiciones laborales que  nos afligen desde nuestros pues tos trabajo; cuyo accionar se debe  plasmar en proponer, demandar,  develar y enjuiciar las causales  y causantes de los atropellos a  nuestra dignidad. Luchar por la  dignidad docente es luchar con  dignidad. 

Para lograrlo tenemos otra gran tarea, aprender a convivir en con junto. Informándonos, debatiendo, logrando acuerdos colectivos, volviéndonos una sola voz, proponiendo soluciones antes de esperar los “remedios que nos vengan  dados desde arriba”, dejando de  lado las rencillas, los egos y el divisionismo infantil que tanto afecta a  este gremio. Porque en nuestra calidad de formadores, somos conscientes del  legado enorme que entregamos  a la sociedad, ese que implícita mente impregnamos en cada con tenido que pasamos en clases, en  cada consejo o “reto” a nuestros  estudiantes, esto es: la formación  de un ser humano y su consecuencia más gravitante, la forma  en que un sujeto puede adquirir  herramientas para comprender y  aprender a ver la vida e insertar se en el mundo que lo rodea. Esa  labor irreemplazable es la que hacemos a diario los profesores, es la  que nos hace dignos y es el motivo  de orgullo, que revitaliza y mantiene viva la esperanza de que pese  a todas las dificultades y críticas,  seguimos soñando con grandes cosas, esas que hablan de aportar  en cambiarle la vida a un niño  o un adolescente, con el mismo  sentimiento, con la vocación de  siempre

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