LA OLLA COMÚN: Entre la solidaridad popular y el oportunismo caritativo de los poderosos

LA OLLA COMÚN: Entre la solidaridad popular y el oportunismo caritativo de los poderosos

Septiembre 2020

Queremos saludar a todos los profesores y profesoras de Chile, esperando que puedan estar enfrentando de buena manera todos los avatares que nos ha dejado esta pandemia. Pueblo Docente emergió como un espacio alternativo de organización creado por y para los profesores y cuenta además con la participación activa de estudiantes de pedagogía que problematizan las contradicciones y precariedades que se gestan en su formación profesional. Nuestro objetivo es caminar hacia el fortalecimiento de la unidad y la construcción de una fuerza docente que sea capaz de luchar contra aquellas condicionantes del sistema que buscan por un lado, limitar cada vez más nuestros derechos como trabajadores, y por otro, seguir minimizando y desvalidando la importancia que nuestro rol como formadores tiene al interior de la sociedad. Sabemos que no es fácil, pero tenemos una gran ventaja a nuestro favor, nuestra condición de colegas, un lazo que de seguro nos une de manera transversal de Arica a Punta Arenas.

Hoy queremos detenernos en una temática sensible, una muestra de la profundidad que ha alcanzado la crisis económica en la actualidad, hablaremos de las ollas comunes que han nuevamente emergido como alternativa para paliar el hambre del pueblo no exentas de ciertas contradicciones que es necesario precisar para reivindicar su verdadero sentido y carácter popular. Los invitamos entonces a realizar este recorrido con un poco de historia sobre las ollas comunes.


Las ollas comunes no son un fenómeno propio de un período de nuestra historia. Momentos específicos como una huelga o una crisis económica han llevado a los pobladores, a los sindicatos y a la organización popular en general a gestar formas para obtener el sustento mediante esta herramienta. Desde inicios del siglo XX entre la miseria de los conventillos y las primeras expresiones de lucha obrera, pasando por las consecuencias nefastas que produjo en el pueblo trabajador el fin del ciclo del salitre en la década de 1930, siempre la olla común estuvo presente para atender a la urgencia del hambre en el día a día. Por tanto, esta expresión de organización emergió por la incapacidad del Estado de responder a las problemáticas de un pueblo que estructural e históricamente se ha encontrado marginado de los beneficios y de la riqueza que se deposita solo en un sector de la sociedad. Claro está, no fueron pocos los intentos de la élite de turno (junto al apoyo de la iglesia) por cooptar dicha expresión organizada para reafirmar su carácter esencial- mente asistencialista y de esta manera seguir naturalizando la desigualdad y poniendo bajo la alfombra los problemas de fondo de la clase trabajadora que le impiden alcanzar una vida digna.

Cabe destacar que en tiempos de Dictadura, especialmente en los años ochenta, las ollas comunes también fueron una respuesta más estable y permanente frente al hambre del pueblo. La instauración mediante el shock del modelo neoliberal dio lugar a altísimos índices de cesantía. La crisis económica mundial de 1982 dejó al desnudo, como ahora, la fragilidad de un modelo económico que genera ventajas comparativas y competitivas solo para los ricos, pero que produjo incertidumbre, cesantía y hambre en el pueblo. En ese entonces, la respuesta del modelo para absorber una cesantía superior al 20% de la fuerza laboral activa, fue crear el PEM (programa de empleo mínimo) y el POHJ (programa de obras para jefes de hogar), la tibia iniciativa dictatorial repercutió en la proliferación del hambre en las poblaciones y en el incipiente inicio de las protestas populares que tomaron mayor ímpetu desde 1983.

Ahora en pleno 2020, la crisis sanitaria ha vuelto a poner sobre la palestra la precariedad y fragilidad del modelo económico chileno y del aparato productivo que ha erigido. Se ha puesto al desnudo un modelo eminentemente rentista, controlado por un empresariado mezquino y usurero que ha intentado lavar su imagen comprando unos cuantos respiradores mecánicos, pero que no ha titubeado en despedir a miles de trabajadores o enviarlos a recibir un miserable monto por medio de la “ley de protección al empleo”. Aquí también, otro mito se derrumbó, al desnudo quedaron las Pymes otrora lumbreras del éxito individual, la crisis puso en jaque su posición frágil en el andamiaje neoliberal chileno, como efecto dominó una a una han ido cayendo, condenando de paso a miles de trabajadores dependientes a la cesantía y la desesperanza. Por otro lado, la crisis económica y sanitaria ha puesto de manifiesto la incapacidad del Estado y de todo su aparato institucional para responder a las condiciones de marginación del pueblo. El carácter subsidiario del modelo, revestido de años de “política de los acuerdos” entre la actual coalición de gobierno y las distintas expresiones de “oposición”, responden a la crisis con lo que saben, es decir, con asistencialismo, con cajas de alimento, “con bonos”, pero sobre todo, con tibias políticas de protección laboral para no dañar los intereses de los poderosos empresarios.

Evidentemente, a poco andar de la crisis sanitaria, la frase “quédate en casa” no provocó en el pueblo la disminución de los contagios, sino la multiplicación del hambre y la cesantía en las poblaciones. Así han surgido por necesidad nuevas expresiones de organización popular para retomar lo que para muchos pertenecía al pasado subdesarrollado del país: “la olla común” presente en gran parte del gran Santiago, Valparaíso y en la mayoría de las ciudades de regiones.

Sin embargo, en el contexto actual hay algo que debemos distinguir y denunciar enérgicamente. Hace mucho tiempo que para un vasto sector de la clase política, el dolor del pueblo es sinónimo de oportunidad. Hoy vemos como en los medios de comunicación proclives a la farandulización de la política, desfilan uno tras otro personajes de diversas trincheras y colores para posicionar su imagen, muchas veces con discursos carentes de propuestas y con una falsa conflictividad al modelo, solo con el objetivo de visibilizarse y anticipar sus campañas al parlamento o a la reelección municipal. No en pocas comunas, alcaldes y concejales han levantado “Ollas comunes” o “centros de distribución de almuerzos”, para aparecer con una máscara solidaria tratando de esconder su verdadero carácter antipopular. Sin ir más lejos, el discurso de la clase política en su conjunto se ha ido alineando principalmente a instalar al “hambre” como el problema más grave que atraviesa el país, de ahí la tan bullada y grosera campaña de repartición de “las cajas solidarias del gobierno” en otro esfuerzo más del ejecutivo por mejorar algunos puntos en las encuestas. Sin embargo, todo esto es más que el intento por seguir invisibilizando los demás problemas estructurales que junto al hambre sufre el pueblo. La cesantía y la inestabilidad laboral, la falta de un sistema de salud digno, de una vivienda digna, una educación que sigue siendo desigual, el hacinamiento, las alzas, las deudas, el narcotráfico y la delincuencia que siembran el temor en las poblaciones, todos son males que el pueblo de a pie sufre desde hace décadas y que este sistema ha terminado por perpetuar.

En ese sentido, es importante diferenciar aquellas expresiones de organización popular que logran emanciparse del intervencionismo político y expresan con pureza el impulso solidario de su acción.

Cabe destacar que tanto hoy como ayer, las ollas comunes pueden convertirse en una instancia para fortalecer la organización y promover lazos de unidad entre los vecinos. De allí la importancia de que el acento hoy de estas acciones solidarias no solamente esté puesto en palear la necesidad inmediata de la alimentación, sino que también permitan generar instancias de conversación y deliberación buscando visibilizar las causas de fondo del problema, el que solo se suma a los ya existentes. Solo así se podrá superar la mera acción asistencial de la olla común y pasar a una instancia de promoción de conciencia y denuncia, pues sabemos que los recursos del Estado están, y de sobra. Si la olla común pierde su carácter de organización popular, poco se diferenciará de los funcionarios de gobierno municipales repartiendo cajas con mercadería u otros beneficios.

En otras palabras, la olla común alimenta al pueblo, especialmente a los niños y ancianos a quienes incluso se les lleva un plato a su domicilio, pero también debe servir para visibilizar el problema de fondo, que no es precisamente el virus, sino que el sistema en el cual debemos desenvolvernos a diario y la clase política que lo defiende.

Los profesores, en general, somos un tipo de trabajador que tiene en su mayoría un marcado origen popular. Más aún cuando luego de transformarnos en profesionales muchas veces decidimos (por opción u oportunidad) volver a nuestro origen, trabajando de cara al pueblo. Por ende, conocemos más que nadie la realidad que pueden estar viviendo nuestros estudiantes y sus familias, sabemos que muchos de ellos hoy están dependiendo de un almuerzo en una olla común para subsistir, varios docentes lo han presenciado pues se han involucrado de forma activa en estas acciones solidarias. A pesar de esto, hoy el Estado nos sitúa en un contexto de abandono y permanente incertidumbre. Nos insta a seguir educando a distancia sin más que con un discurso de buenas intenciones, pero que en la práctica choca con la inexistencia de insumos básicos para trabajar como la falta de computadores, tablet o conectividad. Lo que prueba que en tiempos de pandemia la desigualdad estructural está más presente que nunca. La pregunta es ¿Qué haremos nosotros al respecto?

Hoy desde Pueblo Docente hacemos el llamado a que los profesores además de preocuparnos por cumplir con lo estrictamente pedagógico, tenemos el deber moral de generar instancias de organización y solidaridad que vayan en apoyo de nuestros estudiantes, sus familias e incluso nuestros compañeros de trabajo. Pero debemos recordar que el enemigo que tenemos y el pueblo tiene al frente es mucho mayor que el temor al contagio por Covid 19, pues se instaló hace muchos años en los que somos la mayoría, hablamos de la explotación, la desigualdad y la falta de dignidad.

Un saludo fraterno.

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