LA REALIDAD DEL PROFESOR REEMPLAZANTE:

LOS ÚNICOS QUE PIERDEN SON LOS DOCENTES Y SUS ESTUDIANTES

Estimados y estimadas colegas, en esta oportunidad hemos querido abordar una temática ya tratada en nuestra edición anterior, pero que nos parece urgente seguir reflexionando. Nos referimos al concepto DIGNIDAD DOCENTE. Comúnmente la escuchamos asociada, principalmente, al campo de las reivindicaciones históricas centradas en demandas salariales y, secundariamente, en problemáticas de índole “pedagógica” esbozadas desde otros sectores más bien de forma discursiva y agitativa, pero sin profundidad y arraigo en la dinámica escolar que permita dar cuenta de su génesis y consecuencias.

Nosotros, en cambio, entendemos que la dignidad se vive y origina en la cotidianidad de nuestra labor, en donde notamos que no solo el respeto a nuestro trabajo se ve trastocado sino que también, y de forma indirecta, la vocación que nos guio a esta profesión se resiente y debilita.

Para ser precisos, enfatizaremos en situaciones que ocurren a diario en nuestras escuelas y liceos, por lo general asociadas a prácticas que se arrastran por años y que nosotros hemos naturalizado, realidades que hemos aprendido a tolerar por necesidad, por “compromiso con la institución” o simplemente por temor, y que finalmente reproducimos sin cuestionar.

La intención desde Pueblo Docente es hablar en confianza, situándonos lo más cerca posible a aquellas conversaciones que nacen alrededor del café del primer recreo, las mismas que se dan en las salas de profesores a lo largo y ancho del país.

Hoy decidimos escoger uno de esos temas de conversación. Hablaremos de las largas horas de tiempo que hemos tenido que destinar al reemplazo, actividad que comúnmente conocemos con el nombre de “tomar o cuidar un curso”.

Para ilustrar de mejor manera, relataremos la historia de una colega, una docente que trabaja en algún punto del país para que quizá nos ayude a comparar lo que ocurre en la realidad de nuestra propia escuela.

María Paz, tiene 40 años, es casada y tiene 3 hijos. Ella se desempeña como profesora de lenguaje, con contrato de 44 horas, en un Liceo con una matrícula superior a 1000 estudiantes ubicado una populosa comuna de la Región Metropolitana. Este año, su jefa de UTP le asignó 9 cursos, distribuidos de 1o a 4o medio, además de 4 horas de taller PSU. Ella es muy exigente con sus estudiantes y por ello elabora actividades y pruebas que permitan que puedan poner en práctica al máximo sus habilidades de comprensión lectora y redacción de textos. Como es lógico, esto le significa una gran carga de trabajo adicional a las horas lectivas que tiene por contrato, labor que debe culminar en su casa. María Paz, un tanto entregada, lo toma con humor: “el domingo entre el almuerzo y la once termino de revisar las pruebas de los 4tos medios”. Como esta carga adicional le ha quitado mucho tiempo, no ha podido afinar bien las clases que le corresponde impartir a los 3eros medios la semana siguiente. Su preocupación radica en que en el último consejo de profesores se enteró que este año el ministerio nuevamente cambió los planes y programas, lo que la obliga a rehacer totalmente sus planificaciones, además, los textos de estudio también son nuevos y como nunca se realizó la jornada de “apropiación curricular” prometida el año anterior debió, como es lógico, comenzar a indagar por su cuenta. Para esto cuenta con el apoyo de un par de colegas del departamento de lenguaje con las que entre recreos ha podido traspasar algunos tips para trabajar el nuevo libro.

María paz, se esmera en los detalles y pretende que sus clases estén bien diseñadas pues sabe que sus alumnos merecen lo mejor de su labor profesional. En su escaso tiempo colaborativo cuenta justo con una ventana el lunes tras el 1er recreo de la mañana, piensa que en ese lapso podrá terminar la presentación PPT que pretende trabajar con los 2dos medios, ha pensado en descargar un par de videos de youtube para interactuar con los muchachos y así hacer la clase más amena. Terminado el recreo, se dispone a trabajar en un notebook, prepara un café y antes de sentarse se encuentra de frente con su inspectora general, quien le plantea que por ausencia del profesor de Artes Visuales, el 1ero F se encuentra solo y que por tanto se necesita que ella los vaya “a acompañar” pues no hay nadie más que lo pueda hacer, María Paz, que no conoce el curso, pregunta si existe algún material para desarrollar, la respuesta es negativa y solo recibe de vuelta el animoso mensaje “no se preocupe profesora usted siempre sabrá más que los muchachos, algo se le ocurrirá en el camino para entretenerlos”. Resignada, María Paz cierra su notebook, vierte el café caliente recién servido en el lavaplatos y se dirige al 3er piso. Allá la espera 1 hora 30 minutos de trabajo improvisado en un curso desconocido, se va pensando en que no pudo planificar su clase, que tendrá que hacerlo en su casa y peor aún, deberá ir al siguiente bloque sin la preparación que sus estudiantes merecen.

El relato anterior no hace más que poner al descubierto una realidad que se produce a diario en las escuelas y liceos de nuestro país. Los docentes nos hemos acostumbrado por vocación a hacernos hijos del rigor. Pues, por un lado, con el escaso tiempo no lectivo con el que contamos afrontamos las múltiples tareas que la enseñanza implica y, por otro, damos respuesta a una serie de labores adicionales dispuestas desde las jefaturas, sostenedores o equipos técnicos de los establecimientos, ya sean subvencionado particular, particular pagado o municipalizado. Estas prácticas, que si bien se amparan en la débil legalidad establecida en el Estatuto Docente, dejan entrever no solo el escaso o nulo fundamento pedagógico que subyace tras esta situación sino que también del carácter impositivo existente en la dinámica laboral de muchas instituciones educativas.

Así es como, apelando al compromiso con la institución, la práctica de reemplazar, “vigilar”, “cuidar” o “retener” a los cursos son pan de cada día. El discurso que lo justifica casi siempre es el mismo: “los niños no pueden perder clases”. Esto más bien huele a criterio economicista, pues si existiese coherencia entre la “razón pedagógica del hecho” y la realidad, tanto el material didáctico para realizar las clases, como los recursos a utilizar estarían disponibles al momento de ser necesario el denominado “reemplazo”. En la mayoría de los casos, el docente de turno debe terminar improvisando, acudiendo a su experticia en el uso de conocimientos de nivel general y sobre todo a su capacidad de manejo de grupo (todos sabemos lo que significa hacer clases y controlar a cursos de 35, 40 o más estudiantes ¿Cuánto más difícil será hacerlas sin mayor apoyo y preparación?). No pretendemos con esto negar que existen dificultades para cubrir la planta docente, ya sea por escasez de profesores en algunas áreas (por ejemplo: matemáticas, física, química) o por la ocurrencia de licencias médicas, sin embargo, ello no justifica que en muchos casos transcurra meses en que las horas son cubiertas de forma irregular. Así los profesores de inglés, biología, religión, educación física, etc., deben estar dispuestos a improvisar en alguna otra asignatura pues muchas veces a los sostenedores les es más cómodo y ahorrativo cubrir el horario de esta manera que contratando al especialista en el área o por lo menos a un docente volante permanente en la escuela o liceo que permita resolver una problemática recurrente en nuestros lugares de trabajo y que tiene efectos pedagógicos y laborales importantes que no pueden seguir siendo ni justificados ni invisibilizados.

Así, lo anterior provoca la siguiente dicotomía: por un lado, los estudiantes que reciben clases de reemplazo aprenden poco o casi nada pues los contenidos y materiales que se les entrega escasamente tienen relación con las clases regulares y se dan en un contexto pedagógico asistemático y sin rigurosidad, por lo que es común escuchar comentarios como ¡profesor y que tiene que ver esta guía con la clase anterior! ¡Pero si ya hicimos esta guía la semana pasada! ¡Profe para que la vamos a hacer si después ni la revisan! Por contraparte, el profesor que se ve obligado a reemplazar, se le priva del tiempo no lectivo que le corresponde afectando por consiguiente la preparación de la enseñanza que imparte a sus cursos asignados. De esta manera, el “fundamento pedagógico” que da origen a esta práctica se derrumba, a fin de cuentas, los únicos que pierden son los docentes y sus estudiantes.

Estimados y estimadas colegas, el llamado es hacernos cargo de esta situación partiendo por asimilar que negarse a reemplazar o por lo menos esbozar una crítica firme hacia esta práctica no significa ser menos comprometido y menos es muestra de “poca vocación”, como muchas veces se nos enrostra a fin de año para justificar malas evaluaciones y despidos de personal, sino que significa defender la dignidad de nuestra labor y velar porque efectivamente nuestros niños y jóvenes se formen integralmente en lo que la escuela respecta.

El camino que desde PUEBLO DOCENTE alentamos es el de fortalecer la organización y la unidad de la sala de profesores mediante una expresión gremial, sindical, de convivencia o de otra índole que permita dotar al cuerpo docente de una sola voz representativa del malestar colectivo de colegas que como María Paz, tal vez en solitario, no tengan otra alternativa más que seguir aceptando su realidad por temor a perder su trabajo. Solo la defensa en todos los ámbitos que condicionan o posibilitan nuestra tarea de educar y de nuestras condiciones laborales para conseguirlo representa la lucha cotidiana por nuestra dignidad docente, pues esta se vive con nuestra organización permanente y se alcanza con nuestra lucha en unidad.

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