PARO NACIONAL DOCENTE: ¿Nunca más sin los profesores?

Agosto 2019

El pasado lunes 3 de junio, después un largo período de estancamiento, el Colegio de Profesores inició el paro nacional indefinido ante la respuesta insatisfactoria del Mineduc a los principales puntos del petitorio que formaban parte de la negociación interrumpida a fines del 2018 (entre ellos, fin a la doble evaluación docente, titularidad en las horas de extensión, pago de la mención a educadoras diferenciales y de párvulos, transparencia en los resultados de carrera docente y deuda histórica). Solo faltaba una chispa para volver a prender ascuas y el gobierno no se hizo esperar: la estrepitosa noticia del cambio curricular aprobado por el Consejo Nacional de Educación que establece la electividad de las asignaturas de Historia, Educación Física y Artes calentó los ánimos generando un profundo rechazo en el mundo de la educación, especial- mente en la dirigencia gremial que –en conocimiento de este proyecto con antelación- aprovechó de agudizar su discurso para retomar la movilización de las profesoras y los profesores de Chile.

De esta manera, una serie de tácticas se emplearon para sostener y visibilizar el paro nacional haciendo frente al desgas- te natural al que apostaron las autoridades: marchas, cacerolazos, asambleas comunales, cartas, reuniones, “funas”, alianzas con movimientos sociales de turno y partidos políticos, alcanzando tal grado de aceptación en las redes sociales, la opinión pública y en el par- lamento que fácilmente podíamos pensar que estábamos en presencia de un nuevo “momento histórico” del profesorado chileno, equiparable a las últimas muestras masivas de descontento contra la “Agenda Corta” en 2014 y la Carrera Docente en 2015. Pero, ¿realmente esta movilización representó un resurgimiento del movimiento docente nacional o fue expresión de oportunismos políticos en vista de las próximas elecciones del Colegio de Profesores y la necesidad de las agrupaciones de oposición de desestabilizar al gobierno de Piñera?

No resulta fácil establecer un veredicto, pero nuestra lectura es que a pesar de los esfuerzos y la valiosa disposición de tantos colegas a movilizarse con todo el entusiasmo y la creatividad que nos caracteriza, gracias a lo cual se cumplieron 50 días de paro indefinido, en la actualidad el movimiento docente sigue encontrándose desarticulado: no existe organización real desde los profesores ni un proyecto político por el cual luchar para dignificar nuestra labor en la sociedad. Sí existen, en cambio, demandas específicas que buscan subsanar parcialmente algunos de los problemas más sentidos por el gremio y logran traducir el descontento en una activa adhesión a las marchas y concentraciones (tanto en Santiago como en Valparaíso el pasado 6 y 12 de junio respectivamente, donde asistieron miles de colegas de todo el país), pero no así en el nivel de compromiso y participación que necesitamos para resolver cotidianamente las dificultades que nos aquejan en nuestros lugares de trabajo, independiente de la coyuntura nacional, independiente si paralizamos o no. Y si observamos bien, lo mismo ocurre en otros sectores del pueblo (pobladores, estudiantes y trabajadores), donde también se sien- ten los efectos del neoliberalismo en las nuevas formas de vida adoptadas hace un par de décadas en Chile, basadas en el consumo, el individualismo y la despolitización.

Por eso no vemos crecimiento cualitativo de las bases ni movilizaciones contundentes que apuesten por cambios profundos, porque a pesar de los reiterados emplazamientos del actual presidente gremial, Mario Aguilar (PH), a fortalecer alianzas con diversos actores sociales y con la bancada parlamentaria más progresista, o su retórica confrontacional sustentada en acciones simbólicas y mediáticas con alta convocatoria docente que nutren de optimismo estos períodos, los problemas de fondo en el Colegio de Profesores siguen siendo los mismos:

Primero, desde muchas partes se piensa que el único camino para avanzar es controlar esta estructura en todos sus niveles, lógica según la cual los comunales, regionales y el directorio nacional terminan siendo los espacios preferentes para la “construcción política” del movimiento docente, y los profesores, en cambio, masa principalmente electoral. Sin ir más lejos, remontémonos al 2015, cuando la dirigencia de Jaime Gajardo (PC) aplaudía el mismo ciclo de reformas de Michelle Bachelet que era cuestionado por las viejas y nuevas fuerzas progresistas, quienes supieron aprovechar esta coyuntura para disputar las elecciones del año siguiente y asumir el recambio histórico en la conducción del magisterio luego de diez años bajo el timonel del Partido Comunista. Contienda en que, si recordamos bien, el conglomerado “Disidentes unidos”1 logró capitalizar ese porcentaje de profesores desencantados para darle el triunfo a Mario Aguilar, valiéndose de un discurso ciudadano, aparentemente crítico al modelo y a la acción independiente de los partidos, en el marco de una apuesta estratégica mayor del progresismo como tercera alternativa al duopolio político (de ahí la creación posterior del Frente Amplio).

Hoy vimos cómo brotaron nuevamente las diferencias entre ambas coaliciones: mientras el sector de Aguilar apostaba en el último lapso a bajar la movilización, argumentando que habían avances en las mesas de trabajo con el subsecretario de Educación y luego con la ministra Cubillos en torno a ciertos temas (titularidad a las horas de extensión, doble evaluación, bono incentivo al re-tiro y agresión a docentes2), el Partido Comunista optó por la extensión del paro, arremetiendo contra las posturas “conciliadoras” de Aguilar y poniéndolo entre la espada y la pared, lo cual le permitió mantener sus cuotas de visibilidad en el profesorado a través de su plataforma “Manuel Guerrero”, e incidir en la discusión al punto de ser visto por la ministra como una “piedra de tope” en las conversaciones. De esta manera, la superposición de figuras públicas por sobre propuestas concretas hacia los docentes, así como la falta de claridad res- pecto del piso mínimo de las demandas a negociar y la incertidumbre que con ello se generaba, reflejó los verdaderos intereses de algunos grupos que al parecer solo intentan posicionarse mirando las elecciones de noviembre, mientras los profesores una vez más quedamos relegados a un segundo plano.

Por lo anterior, el Colegio de Profesores no ha conseguido insertarse completamente en las escuelas, teniendo como resultado una participación docente acotada esencialmente al activo político de comunas y liceos donde históricamente este encuentra respaldo y donde hoy cobran fuerza las agrupaciones que disputan su conducción, sin alcanzar todavía el grueso de los profesores que trabajan en el sector municipal y especialmente en el particular-subvencionado del país, asociados naturalmente en sindicatos debido a la fragmentación entre funcionarios públicos y privados. Solo recordemos que la paralización no superó el 20% de las escuelas públicas, siendo significativamente inferior en los colegios subvencionados, donde las pequeñas expresiones de “apoyo” eran opacadas por el desinterés y muchos colegas apenas se informaban por televisión o por el celular; y qué decir de la escasa participación en la votación del lunes 22 de julio que depuso el paro, reconocida por la misma dirigencia con algo de sabor a derrota (solo 20.379 docentes votaron de un universo aproximado en 230.000 a nivel nacional, de los cuales el 32,63% se inclinó por la opción de continuar).

Segundo, es evidente la carencia de una agenda programática del sector que encabeza el magisterio, cuyo accionar por ahora sigue dependiendo de las re- formas impulsadas por Piñera, que en realidad solo continúan la obra gruesa del gobierno anterior (Ley Miscelánea, Sistema Desarrollo Profesional Docente, Nueva Educación Pública), gastando sus mayores energías en las mesas de negociación, improvisando salidas para asegurar logros “satisfactorios” del petitorio o aprovechando oportunistamente de posicionar referentes más o menos conocidos de oposición (desde el Frente Amplio, el Partido Comunista, el Partido Por la Democracia hasta la Democracia Cristiana), todo lo cual decanta en una pérdida de radicalidad y conflictividad en el movimiento y en la ausencia de protagonismo político del profesorado3. Por ejemplo, mientras los grandes puntos pendientes del petitorio siguen colgando de un hilo y dependiendo de la voluntad del Mineduc, la fuerza acumulada en 8 semanas de paro indefinido se diluye con tanta rapidez no solo por el cansancio, sino también porque se de- creta un “repliegue” a la interna del Colegio de Profesores que prácticamente cierra el ciclo de movilizaciones de este año y propone en adelante concentrarse en evaluar la gestión gremial, tarea que a juicio de algunos resulta indispensable en vísperas de la futura renovación de los cargos directivos.

Tercero, más allá de obtener tribuna para pronunciarse frente a las cámaras4, entablar puentes transitorios con la CUT, el movimiento feminista, no más AFP o por la educación (como ha sido la tónica estos últimos dos años), o lanzar todas las demandas a la parrilla en ambiciosos planes de movilización que arriesgan a decaer por su propio peso, la extensa brecha que distancia al directorio nacional del profesorado común se mantiene intacta, cuestión que no surge en este período de administración ni se explica por su falta de experiencia o cohesión política: es un mal síntoma heredado por años en el gremio donde los profesores somos vistos como masa de maniobra en medio de fricciones internas y externas al Colegio, ya que generalmente nuestra efusiva adhesión a las convocatorias causa un fuerte impacto en la sociedad y sirve como punta de lanza en los enfrentamientos de las distintas fuerzas políticas.

Por eso, dirigentes que en su gran mayoría se encuentran fuera de las aulas y descontextualizados del ejercicio docente, acostumbrados a convivir en cúpulas y a pelear “por arriba” las grandes demandas con el Estado para luego atribuirse las posibles conquistas, aunque prometan “tiempos mejores”, vociferen nunca más dar la espalda a los profeso- res e inventen fórmulas más transparentes para acreditar su representatividad y legitimar los espacios de decisión en nombre de la “democracia participativa”, siguen demostrando que sus preocupaciones, al igual que siempre, están muy lejos de forjar la unidad real entre los profesores y profesoras de Chile, aquella que se construye a pulso en cada escuela y que nos permite ganadas concretas e inmediatas.

¿Bastará, entonces, conformarse con las masivas manifestaciones públicas y ser espectadores de la próxima negociación entre la dirigencia y el gobierno? ¿Por qué no aprovechar la sensación de unidad tras el paro para seguir organizándonos por nuestros conflictos locales? ¿No será momento de convertirnos en protagonistas al interior de las escuelas y alzar la voz siempre que se atropelle nuestra dignidad y nuestros derechos?

Desde Pueblo Docente creemos que esa unidad solo será posible a través de iniciativas que apunten a reestablecer la confianza entre colegas y la cohesión en la sala de profesores, fortalecer los distintos espacios de participación y el compromiso en nuestros compañeros(as), haciendo de la organización una herramienta cotidiana para luchar por mejores condiciones de trabajo y construir el poder que nos permita volver a ser verdaderos protagonistas de las transformaciones radicales que como pueblo necesitamos, ya que muchas problemáticas que a diario nos afectan no encontrarán res- puesta en ninguna reforma de turno ni en la próxima negociación del Colegio de Profesores con el gobierno. Mientras no avancemos en esa dirección y se insista en acortar caminos, por muy promisoria que sea la consigna, o multitudinaria la marcha, sabemos que no habrá experiencias significativas de lucha ni victorias posibles.


  1. Integrado por Fuerza Social, Partido Humanista, Movimiento por la Unidad Docente (MUD) y Construyendo Movimiento Docente Organizado (CMDO), contando con una camada de profesores(as) jóvenes entre sus filas.
  2. Titularidad a las horas de extensión, doble evaluación, bono incentivo al retiro y agresión a docentes son aspectos que no implican un gasto económico importante para el oficialismo, a diferencia de otros puntos clave rechazados abiertamente por el Mineduc debido a la “falta de recursos” como el pago de la deuda histórica y de la mención a las educadoras de párvulos y diferenciales, que se mantuvieron como el principal factor de discordia durante la movilización, junto con el cambio curricular, que también quedó sin respuesta.
  3. Recordemos cuántas veces Aguilar llamaba a frenar las posturas radicales dentro del movimiento a fin de resguardar su carácter ciudadano e institucional, despojando con ello los elementos más populares y genuinos de clase que identifican al profesorado y desmarcándose de la vertiente más contestataria que este podría  desarrollar.
  4. Además de la amplia cobertura que se obtuvo durante el paro, los despidos in- justificados, las agresiones a docentes, el no pago de salarios, las irregularidades de los Servicios Locales de Educación, el cierre de escuelas o proyectos como Aula Segura, Todos al Aula y Admisión Justa, han sido el blanco de críticas más habitual en las declaraciones de Mario Aguilar en los medios de comunicación.

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