Primero de mayo, 2020

En medio de un singular 1 de mayo:  

“La otra cara del llamado a quedarse en casa”  

En estos días en los que abunda la preocupación y el miedo por el avance del  COVID-19 a nivel planetario y local, los docentes no podemos quedar ajenos a  distintas situaciones que se han develado a partir de esta crisis sanitaria,  justamente cuando llega la conmemoración de un nuevo Día del Trabajador. 

Desde hace más de un mes, desde el gobierno hasta alcaldes de distintos sectores (muchos de ellos adelantándose a sus campañas electorales), han llamado a  nuestro pueblo a quedarse en casa, planteando el aislamiento social como la mejor  y única forma de enfrentar el avance de este virus. 

¿Sirven o no las mascarillas? ¿Se decretará una cuarentena total? ¿Cómo funciona  una cuarentena? ¿Se agotarán los víveres? ¿Qué pasará con las micros y el metro? ¿Darán abasto los servicios públicos?… Estas importantes interrogantes, sumadas a  la difusión de noticias falsas relacionadas con la pandemia, han acrecentado el  miedo, la ansiedad y preocupación en todos nosotros. 

En este contexto, los docentes de Chile debemos continuar ejerciendo  nuestra labor.  

Como profesores, sabemos todas las dificultades existentes para educar a nuestros  estudiantes, por ejemplo, la falta de recursos en jardines, escuelas y liceos y la  precaria infraestructura de las instalaciones que por años ha sido el paisaje natural  de nuestra labor. Sin embargo, nunca imaginamos tener que interrumpir los  procesos de aprendizaje en la sala con nuestros niños y jóvenes a raíz del brote de  un virus, además de perder el contacto diario que teníamos en nuestras salas de  profesores. 

A partir de nuestra experiencia, conocemos de cerca los problemas de nuestra  gente, sabemos que hoy golpean más fuerte y nos ponen la tarea de educar más  difícil que nunca.  

¿Cómo educamos ahora?, es la pregunta que todos los docentes nos hemos hecho  el último mes, considerando, en primer lugar, la incapacidad de este sistema  educativo de responder de forma coordinada y planificada a una crisis de esta  magnitud. Por esta razón muchos estudiantes principalmente de sectores  populares quedaron a la deriva, dependiendo de la capacidad de cada comunidad  educativa de responder con un plan de clases “a distancia”, en la medida de lo  posible, en medio del caos, el temor y la confusión. En segundo lugar, las condiciones materiales en las que se encuentra nuestra gente, el hacinamiento  habitacional de las poblaciones y campamentos, las dificultades al acceso a  servicios básicos, largas filas para el supermercado, las farmacias y los bancos; el  fantasma de la cesantía que afecta a nuestros apoderados y que ha impulsado a  muchos de nuestros alumnos a trabajar paradójicamente en contra de la sentencia  “#quédate en casa”; la falta de atención médica oportuna y de calidad, la de  vacunas e insumos básicos en los consultorios, las largas esperas por la atención,  etc. 

Siendo todo lo anterior reflejo de un modelo de sociedad que por años se ha  basado en reproducir y acrecentar las diferencias entre las clases sociales y que  ningún gobierno de turno tiene la capacidad de zanjar de forma eficiente, a pesar  de todos los avances tecnológicos y científicos de la “era moderna” –que en materia  de salud, por ejemplo, solo gozan aquellos que tiene un bolsillo abultado o bien  quienes se resignan a endeudarse por años e incluso décadas-.  

Claro está que el aprendizaje presencial es irremplazable, pero no por ello  podemos perder nuestras ganas de enseñar. Hoy debemos traducir todo nuestro  cariño y vocación en estrategias amigables, pero efectivas dirigidas no solo al  logro de objetivos pedagógicos establecidos u otras exigencias impuestas (lo que  no quiere decir que respondamos bien además a ese trabajo), sino que nazcan de  un sentir más profundo, reflexivo. Uno que apunte al desarrollo del ser humano,  tema que en nuestra educación viene quedando bajo la mesa hace mucho, y que  hoy servirá, sin duda, para alimentar las mentes y contener las emociones de  muchos niños y jóvenes que dependen de nosotros. Teniendo además presente que  esto no solo se resuelve apelando a un discurso rimbombante y oportunista sobre  la importancia de la “educación integral”, sino que se traduce en otorgar desde  nuestra experticia, herramientas pedagógicas concretas que pongan en el  centro la posibilidad de que nuestros niños y jóvenes descubran el mundo  que les rodea y sobre todo desarrollar en ellos la necesidad de trabajar por el  sueño de una sociedad mejor y vida digna para todos.

En este contexto, desde Pueblo Docente, hacemos un llamado a todos los colegas a  retomar con energía el protagonismo para conducir en nuestras escuelas las  acciones organizadas que fomenten la participación. A estar en contacto con  los miembros de nuestras escuelas, saber cómo se encuentran y las dificultades  que puedan estar viviendo, para así lograr coordinar la mejor forma de sobrellevar  este momento complejo, empatizando con la realidad de cada uno de los  compañeros de trabajo y sus familias. 

Porque para salir bien y fortalecidos de esta crisis sanitaria, no basta solo con “quedarse en casa”, nuestro llamado es romper las barreras físicas que nos impiden reunirnos en persona y volcar los esfuerzos en diversas estrategias  que nos permitan seguir alimentando la unidad, la organización, el  compañerismo y sobre todo la solidaridad y empatía con la realidad por la  que atraviese el país, pero por sobre todo el Pueblo Chileno, ese Pueblo que  recibimos en nuestras aulas y al que hoy debemos un compromiso moral,  trabajando responsablemente con el mismo empeño, dedicación y creatividad. 

CON EL PUEBLO EN EL CORAZÓN Y LA VOCACIÓN EN NUESTRAS VENAS

¡A TRANSFORMAR LA UNIVERSIDAD, LOS LICEOS Y LAS ESCUELAS!

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