Principios pedagógicos e ideas para trabajar en nuestras escuelas

Principios pedagógicos e ideas para trabajar en nuestras escuelas

A partir del análisis del panorama educativo de los últimos meses, como Pueblo Docente creemos necesario plantear un conjunto de ideas que aporten a la construcción de un pensamiento pedagógico acorde a las necesidades propias de nuestro pueblo. El conjunto de estas cuatro premisas pretende orientar las acciones de organización y concientización junto a los profesores en cada una de las escuelas donde nos desempeñamos a diario. Estos principios deben ser contextualizados dependiendo del actual momento en que se encuentra cada establecimiento de cara al segundo semestre. El despliegue colectivo de estas ideas busca reposicionar el rol protagónico que el Sector Docente debiese cumplir en su labor irrenunciable de formar al pueblo a pesar del complejo escenario de crisis social y sanitaria que nos toca vivir y donde el debate público se ha convertido en una disputa política entre el Ministerio de Educación y la dirigencia del actual Colegio de Profesores.

1. Obligatoriedad y universalidad de la educación

Lamentablemente a un año y medio del cierre de escuelas en Chile, el hecho de asistir a clases se vio afectado por las distintas medidas de control de la pandemia. Si observamos un efecto estructural producto del confinamiento total del sistema educativo es la profundización de la brecha socioeducativa al dejar a miles de estudiantes de sectores populares sin sus procesos escolares. Decimos profundización porque las causas reales e históricas de tal desigualdad se manifiestan hace ya varias décadas mucho antes de la llegada de esta pandemia. La nula responsabilidad del Estado y un mercado educativo cuyo rol es seguir profundizando esta actual sociedad de privilegios y precariedades hoy son más visibles que nunca.

Principios del MINEDUC para el retorno a clases presenciales

Sin embargo, en este contexto educativo a distancia aparece una variante mucho más peligrosa que la Delta, a la que debemos oponernos por sus múltiples efectos que contradicen el carácter obligatorio y universal de la educación. Hablamos de la voluntariedad en la asistencia a clases presenciales, medida impulsada a raíz del conflicto entre gobierno y oposición (alcaldes y Colegio de Profesores) que agudiza la desigualdad escolar al mantener la precaria modalidad online en una porción importante de los estudiantes y desmantela a las escuelas de sus facultades para convocar e impartir un “servicio esencial” para la formación de las actuales generaciones y el desarrollo social del país. En otras palabras, podríamos resumir nuestra postura en el rechazo a la voluntariedad del proceso escolar, puesto que:

  • Disminuye el rol de la escuela y de los profesores en el proceso educativo de los niños y jóvenes, frente a la autoridad de las familias y apoderados, que muchas veces no le dan la importancia necesaria a la formación de nuestros estudiantes o no cuentan con las herramientas, conocimientos y condiciones para hacerlo, dando pie a negligencias y abandonos. Claro está que la interrupción de la rutina cotidiana ha favorecido la instauración de hábitos perjudiciales, tales como: sedentarismo, dietas poco saludables, patrones de sueño irregulares mayor uso de pantallas celulares, que pueden derivar en problemas como la ganancia exagerada de peso y obesidad además de aumentar la sintomatología de trastornos psicológicos como la hiperactividad y la adicción a juegos y redes sociales.
  • Niega al alumno su educación, ya que al interior de las casas no existen oportunidades educativas que proporcionen aprendizajes reales. Hoy los que proponen la voluntariedad lo hacen mirando el contexto ideal de siempre y desconocen las precarias condiciones de habitabilidad en el pueblo: poblaciones con altos niveles de hacinamiento, violencia intrafamiliar, altos grados de cesantía y consumo de alcohol y drogas.
  • La educación remota precariza la calidad de los aprendizajes. Se generan vicios en el proceso escolar en cuanto disminuyen las exigencias y se incumplen los plazos. En los alumnos de los primeros ciclos de enseñanza (educación parvularia hasta cuarto básico) surgen rupturas de la continuidad de aprendizajes en cuanto son interrumpidas una serie de rutinas y de ritmos que estaban preestablecidos. Para un niño perder el vínculo con sus pares y profesores manteniendo solo contacto con su madre o núcleo familiar tiene como efecto la pérdida de su autonomía para desenvolverse en situaciones de aprendizajes presentes y futuras. El niño desarrolla una actitud de dependencia con su madre para resolver los distintos desafíos pedagógicos que le propone su profesora y tenderá a buscar ayuda en ella cada vez que deba participar de las clases.
  • En los estudiantes de segundo ciclo hacia adelante (quinto básico hasta cuarto medio) se pierden normas básicas del funcionamiento que permiten afianzar hábitos de estudio en base a la responsabilidad, disciplina y compromiso con las asignaturas. La edad de estos estudiantes instala otras variables a considerar pues en los procesos pedagógicos influyen fuertemente aspectos relacionados con el desarrollo de vínculos fuera de su núcleo familiar, es decir, la relación con sus compañeros y compañeras de escuela. La pérdida de la privacidad básica, la prolongada “supervisión” o el abandono de sus padres ha generado problemas que se evidencian en la poca conexión y participación activa en las clases a distancia.
  • Surge un problema pedagógico y de gestión para las comunidades escolares, ya que al mismo tiempo en que se atienden a los alumnos presencialmente, deben hacerse cargo de aquellos que prefieren quedarse en la modalidad remota, sin contar con los recursos materiales y humanos para ello. Para resolver este doble desafío, en marzo muchas escuelas particulares y subvencionadas se vieron forzadas a cumplir con “el servicio educativo” y así mantener a los apoderados conformes, instaurando el famoso sistema híbrido, que consiste en realizar las clases presenciales y virtuales de manera simultánea. Esta modalidad demostró al mundo entero ser un fracaso desde el punto de vista educativo y una carga de estrés para los docentes, debido a las dificultades técnicas (falta de dispositivos tecnológicos adecuados para transmitir, mala calidad de internet, interrupciones continuas, etc.) y la incapacidad de atender efectivamente a los alumnos remotos mientras se imparte la clase presencial, quienes quedaban marginados de una participación activa y reflexiva.

Por todo lo anterior, debemos denunciar los efectos negativos de la voluntariedad ya que aumenta la desigualdad educativa entre los que asisten a clases y los que recibirán su educación a partir de guías, cápsulas o clases remotas poco significativas.

En conjunto con nuestros colegas desarrollemos organizadamente campañas de promoción e incentivo hacia el retorno presencial con el objetivo de revalidad el acto de enseñar y aprender, en un ambiente escolar propicio, como una necesidad fundamental para el desarrollo de nuestros niños y jóvenes.

2. Educar requiere una interacción pedagógica entre docentes y estudiantes: ¡A recuperar el vínculo pedagógico en las aulas y pasillos de la escuela!

Bien sabido es que el proceso de enseñanza que los docentes llevamos a cabo en liceos y escuelas se sostiene sobre la vinculación pedagógica con los alumnos. Es en este proceso donde nos acercamos a las formas de pensar, gustos y referentes que los estudiantes manifiestan; es también, donde fomentamos y forjamos en ellos una actitud de superación frente a la vida, el valor del esfuerzo y la constancia, que se expresa en llamar su atención, corregirlos e instarlos para que entreguen a tiempo y de buena forma sus tareas. Es en la interacción docente-alumnos donde se establecen las normas de convivencia social que los instruyen y construyen como sujetos para la sociedad. En esta relación, el contacto directo y permanente con los estudiantes determina las posibilidades de adquirir los conocimientos y habilidades significativas propias de cada etapa escolar. Por lo mismo, le damos sentido a la obligatoriedad de asistir a clases (obligatoriedad que para muchos alumnos se vio reducida al hecho de conectar la cuenta de correo electrónico a la clase virtual, para después apagar la cámara y el micrófono). Si el vínculo se pierde, los docentes perdemos la capacidad de planificar, ejecutar las clases y evaluar la enseñanza en coherencia con los objetivos propuestos para cada uno de los cursos que atendemos día a día.

Como versa el Marco para la Buena Enseñanza, la escuela es el ambiente propicio para el aprendizaje, no las casas: Los aprendizajes son favorecidos cuando ocurren en un clima de confianza, aceptación, equidad y respeto entre las personas y cuando se establecen y mantienen normas constructivas de comportamiento. También contribuye en este sentido la creación de un espacio de aprendizaje organizado y enriquecido, que invite a indagar, reflexionar, compartir y a aprender. Estos componentes se encuentran ausentes en el sistema online y no se resuelven con más videollamadas o mensajes por Whatsapp con nuestros alumnos y familias.

3. Lucha por la calidad del proceso educativo

Si asumimos que la educación virtual no mitigó las consecuencias del cierre prolongado de escuelas (más de un año y medio), sino todo lo contrario, debemos asumir que el año escolar se perdió otra vez y sobre todo para los sectores donde ejercemos nuestra labor. Al respecto, es posible constatar las importantes diferencias entre los quintiles más ricos y los más pobres. Mientras que los estudiantes de los establecimientos con mayores recursos del país han perdido un 64% de los aprendizajes durante 10 meses de cierre de escuelas, los estudiantes de más bajos recursos han reducido sus aprendizajes en un 95%. Este déficit no solo impacta en la merma de aprendizajes en el presente y futuros de los estudiantes, sino también en los adquiridos previamente.

Debemos dejar atrás el conformismo ante la precarización de la enseñanza y todos los factores que obstaculizan el desarrollo de una formación de calidad. Y cuando hablamos de la calidad en educación, a grandes rasgos podemos entenderla a partir de tres indicadores básicos[1]:

  1. La realización de clases en donde se cumplan íntegramente los contenidos y planes de estudio definidos por la comunidad educativa.
  2. La evidencia de resultados satisfactorios en el aprendizaje de los alumnos, es decir, que posean los conocimientos y habilidades exigidas.
  3. El desarrollo de una correcta actitud o conducta de los estudiantes dentro y fuera del aula, en concordancia con valores como el respeto, la responsabilidad, el estudio y con los principios de solidaridad, justicia e igualdad social.

Sin embargo, como la calidad para todo el pueblo es algo imposible en este sistema donde la educación es un negocio, apuntamos a luchar por ella como un principio pedagógico del cual nos valemos para intencionar los procesos de mejora en el trabajo educativo al interior de las escuelas y liceos. Por esto hemos dicho que, a pesar de la contingencia, los profesores debemos ser capaces de generar aprendizajes en nuestros estudiantes, comenzando por una crítica de lo que ha sido la educación a distancia y sus efectos directos en el Pueblo.

Por ejemplo, la disminución de las exigencias del proceso de enseñanza-aprendizaje es una de las expresiones que más se ha profundizado con el trabajo escolar remoto. Si bien esto se encuentra hace años en el sistema educativo, durante la coyuntura sanitaria este problema ha tenido respaldo en el discurso institucional de “flexibilidad escolar”, normado jurídicamente por el Decreto 67 y con amplia resonancia en directivos y profesores. De aquí se desprenden algunas medidas que empobrecieron aún más el trabajo escolar como la disminución de las horas de clases, que limita la profundización de contenidos claves para la formación, los tiempos para la retroalimentación pedagógica, la posibilidad de elaborar actividades desafiantes (debiendo simplificar al extremo las “tareas” para alcanzar un mínimo de entregas) y la reducción de asignaturas en el plan común de estudios, que va generando vacíos a gran escala en el proceso de escolaridad de cualquier alumno. Está demás decir que el enfoque desmesurado en relación con la contención socioemocional o los “aprendizajes domésticos” por sobre los contenidos disciplinares, corresponde a una visión “light” de la educación que en nada dignifica nuestro trabajo y distorsiona nuestra responsabilidad profesional en la formación de los alumnos.

Por otro lado, el panorama de desorden en la gestión escolar y “flexibilidad” en los plazos de entrega de trabajos, provoca vicios de todo tipo en las evaluaciones y una sensación de sinsentido pedagógico en los profesores: promover de curso a estudiantes sin las evidencias mínimas de aprendizajes, e incluso con mejores notas que aquellos alumnos que sí se conectan, evaluar solo la entrega de trabajos sin considerar el desarrollo de logros, “inflar” o promediar notas entre asignaturas para que aprueben los cursos, son algunos ejemplos. El incumplimiento o la baja calidad de las tareas que reportan los estudiantes sumado a los resultados alarmantes que año tras año arroja el SIMCE y que hoy se cristalizan en la prueba DIA (donde no se obtuvieron los aprendizajes mínimos en matemática ni en lectura), son solo una consecuencia obvia y una muestra más de esta compleja situación.

Por todo lo anterior es que debemos combatir la mala calidad en la educación concientizando a nuestros colegas sobre el grave retroceso pedagógico, el impacto negativo que produce a nivel cognitivo y psicosocial en nuestros estudiantes y sus efectos a largo plazo en el desarrollo social de futuros trabajadores y profesionales. Problema que, además, en el corto y mediano plazo, repercutirá sobre nosotros mismos cuando tengamos que enfrentar en las aulas al grueso de estudiantes con aprendizajes sumamente descendidos, sin poder avanzar con los contenidos del año, al mismo tiempo que nos apuntarán como “responsables” de los bajos resultados. Es muy importante recuperar el rol y el protagonismo docente para tomar decisiones pedagógicas que permitan enfrentar el retroceso en los aprendizajes, acordando criterios comunes y estrategias contextualizadas en cada una de nuestras escuelas.

4. Luchar por condiciones dignas para el ejercicio docente

Esto significa, en primer lugar, recuperar nuestro espacio de trabajo en las escuelas, para desde allí organizar nuestras funciones y tareas, desde el hacer las clases presenciales, tener las reuniones, crear material pedagógico, revisar trabajos o atender apoderados, velando por el cumplimiento de las medidas sanitarias para transmitir a los colegas, alumnos y familias que las escuelas son espacios seguros y confiables si trabajamos y nos organizamos en pos de esto.

Si bien la presencialidad abre puertas para resolver muchas de las dificultades asociadas al trabajo remoto, especialmente en relación con las precarias condiciones para la enseñanza, también presenta otros desafíos que debemos anticipar o enfrentar directamente al retornar a las escuelas. Por ejemplo, ante los problemas derivados de la desorganización en la gestión escolar, la idea es apuntar hacia un trabajo coordinado entre docentes y directivos, donde exista mejor comunicación y más claridad respecto del funcionamiento escolar. Cualquier iniciativa en esta dirección permitirá mitigar la improvisación e incertidumbre que constantemente aqueja a los profesores.

Sobre la modalidad de las clases es importante oponerse tajantemente al sistema “híbrido” y buscar estrategias alternativas de carácter presencial. Pues bien sabemos que representa mucho más agobio para los docentes y está lejos de ser una oportunidad real de aprendizaje para los alumnos remotos (muchos lo experimentaron en marzo y evidenciaron su rotundo fracaso, sin embargo, otros establecimientos que ahora piensan implementarlo por primera vez mantienen una cuota de ilusión).

Sobre la organización de la jornada laboral es importante aprovechar la infraestructura de los colegios, así como los tiempos para priorizar las clases presenciales en las aulas y todas aquellas labores que permitan mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Por ejemplo, contar con espacios y tiempos protegidos para la coordinación pedagógica entre docentes, preparación de material, revisión de trabajos y retroalimentación a nuestros alumnos. Impulsar el trabajo colaborativo desde las instancias establecidas para ello (consejo de profesores, reuniones por nivel-ciclos, coordinación departamental, reuniones técnicas pedagógicas). En el caso de establecimientos que no cuenten con estos espacios, o no tengan una regularidad, debemos levantar instancias propias con este fin.

Debemos avanzar en condiciones que desburocraticen nuestro trabajo de reuniones innecesarias o tareas administrativas que terminan en letra muerta y que sirven solo para rendir cuentas o “cumplir por cumplir”, sin aportar con iniciativas concretas que nos permitan enfocar y potenciar el trabajo pedagógico.

Retorno organizado y presencial:

educar a todo el Pueblo es nuestra tarea principal


[1] Está claro que para alcanzar estos indicadores existen otros aspectos que condicionan la calidad del proceso educativo, por ejemplo, el financiamiento del Estado, la formación inicial docente, la disponibilidad de recursos pedagógicos e infraestructura en los establecimientos o la cantidad de alumnos por sala, así como, por otra parte, el compromiso de las familias con la formación de sus pupilos.

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