Desde cada escuela y liceo: Fin a la Jornada escolar completa

Desde cada escuela y liceo: Fin a la Jornada escolar completa

Era marzo, corrían las primeras semanas de clases presenciales y a muchos los sorprendía el anuncio del nuevo ministro acerca de flexibilizar la JEC. A pesar de los grandes reajustes que aparejaba esta medida, sonaba coherente con el complejo escenario de adaptación y convivencia escolar que empezaba a remecer en cada escuela y liceo del país. Pero duraba tan solo 4 semanas, lo que hacía poco atractiva la propuesta para los equipos de gestión y parecía una idea ridícula por todo el esfuerzo, desorden y desgaste que implicaría retomar la JEC en plazos tan acotados. Luego vinieron las negociaciones con el
Colegio de Profesores y se dio luz verde a la extensión de esta política hasta vacaciones de invierno. Sin embargo, nadie dijo ni subrayó que apenas un 26% de los establecimientos en Chile se acogieron a la reducción de jornada, es decir, la enorme mayoría siguió funcionando tal cual, enfrentando a su suerte, por cierto, los problemas de la crisis educativa que hemos descrito anteriormente.

El falso llamado del Mineduc a las comunidades escolares para que “decidieran” sobre la reducción de la jornada, resultó ingenuo cuando sabemos que los consejos escolares están vacíos de participación y quienes decidieron finalmente fueron directivos con sostenedores. Al mismo tiempo, su tesón por retomar a toda costa la JEC confirmó que en nada le interesa cambiar esta modalidad tan perniciosa para la educación. Finalmente, qué decir de los pobres argumentos en el pseudo debate sobre la extensión de la jornada escolar, que giró en torno a los problemas de convivencia escolar, condiciones sanitarias o el preocupante “cuidado” de los estudiantes, pero nada, absolutamente nada dijo sobre la calidad de los procesos educativos.

Como Pueblo Docente, lejos de las posturas que asumieron autoridades y dirigentes, creemos que es tiempo de exigir, con la fuerza de los profesores de Chile, cambios reales en el sistema escolar, partiendo por eliminar esta modalidad que desde su implementación en 1997 no ha traído ninguna mejora en la calidad de la educación e incluso ha ido precarizando aún más nuestras condiciones de trabajo. A continuación, exponemos nuestras razones.

¿Por qué debemos acabar con la JEC?

Cuando no se cuentan con los recursos o las condiciones para impartir buenas clases en los bloques posteriores al almuerzo, que es donde justamente más se evidencia la pérdida de rutinas, concentración, cumplimiento de normas, etc., queda demostrado que la extensión horaria actual no ofrece aprendizajes reales y significativos a nuestros estudiantes, y sólo empobrece la calidad del conocimiento que se enseña en las escuelas y liceos donde el pueblo se educa.

Chile tiene un 35% más de horas de clases que el promedio de los países que conforman la OCDE, sin embargo las precarias condiciones en que estudian y viven nuestros alumnos, la mala administración de los establecimientos y la falta de recursos (desde la infraestructura, los materiales hasta el docente a cargo de enseñar) impiden desarrollar talleres realmente integrales, obtener grandes logros académicos o experimentar actividades educativas de alto impacto, tal como proponía esta ley. También hay que destacar que ningún gobierno en décadas se ha preocupado de este asunto, cuando todo el mundo sabe que una política de esta envergadura para que sea eficaz requiere, además de amplios recursos, de una buena planificación y supervisión estatal.

En la práctica, a 25 años de su implementación, la JEC consolidó y amplió la brecha entre una minoría de establecimientos que gozan de recursos para innovar y ofrecer clases integrales a sus alumnos y una mayoría que simplemente “llena el horario” para justificar las horas del currículum, haciendo uso de estos espacios para reforzamientos de pruebas estandarizadas (en función del ranking y la competencia por matrículas) y no para el desarrollo de otras áreas y habilidades formativas. De esta manera, miles de establecimientos públicos y subvencionados adscritos a este régimen cuyos sostenedores han lucrado gracias al voucher o subvención por estudiante, no tan solo vieron desde muy lejos la promesa de la educación integral, peor aún, tampoco fueron capaces de arrojar mejores resultados académicos. Un
ejemplo concreto sobre esto es que a 20 años de la JEC, los puntajes Simce en lenguaje y matemáticas apenas subieron un 2%.

En efecto, la JEC resulta ineficiente y lo seguirá siendo mientras reine la desigualdad e injusticia social que determina el funcionamiento de todo el sistema educativo chileno. No se puede defender la JEC con el argumento de que los estudiantes pasen más tiempo en el colegio que en sus casas para estar más
protegidos de entornos vulnerables, a vista y paciencia de malos procesos formativos que no impactan y a consciencia de que el verdadero problema social que debe cambiar es mucho mayor. Basta con que el alumno pase un par de horas en la calle o un fin de semana en su hogar para exponerse a situaciones de riesgo, por lo cual no es ninguna solución. Y si esta fuese una razón de peso, es decir, convertir al colegio en guardería ¿Por qué los alumnos con serios problemas conductuales o de aprendizajes son retirados después de almuerzo para evitar su presencia en el resto de la jornada, cuando supuestamente deberían ser los que mayor foco requieren de la institucionalidad escolar? ¿No es acaso una práctica viciada llena de contradicción?

Por último, las precarias condiciones de trabajo bajo esta modalidad, sumado a la mala gestión escolar en los establecimientos, refuerzan todo un panorama de explotación laboral en los docentes que va mucho más allá del problema del agobio (detrás del cual se esconde todo un mercado de licencias médicas, demandas gremiales imprecisas y una falsa impresión de que los profesores no hacen nada). La JEC ha perpetuado largas jornadas en las que se deben conducir en promedio 4 o 5 grupos cursos al día, donde el desgaste de la voz, el cansancio corporal y mental derivado de tantas clases, más la dificultad de cumplir en los escasos tiempos “no lectivos” con el conjunto de tareas adicionales, han hecho que el docente se vea forzado a trasladar parte de sus labores al hogar para estar al día.

Pero además, golpea la vocación de enseñar ya que se les pide a los mismos profesores que improvisen talleres o rellenen con electivos y reforzamientos de las asignaturas, sin los recursos o la preparación correspondiente, lo que va provocando inevitablemente una pérdida de sentido y de interés por hacer
estas clases. Y si de esto depende la ejecución de buenas clases en horarios extenuantes ¿Quién podría estar de acuerdo con un sistema que se sostiene únicamente en la motivación particular del docente? ¿No resulta antipedagógico?

Entonces… ¿Qué ganamos los profesores si terminamos con la JEC?

Tiempos para el trabajo colaborativo, resguardando espacios de reflexión y coordinación pedagógica para abordar la situación académica y disciplinar de los cursos, estableciendo criterios comunes e impulsando estrategias orientadas al mejoramiento del proceso educativo.

Tiempos para la planificación, preparación y evaluación de la enseñanza, lo que evitará llevarse “pega” para la casa. Así enfrentamos directamente el problema del grave descenso en los aprendizajes ocasionado por la pandemia, podemos innovar en nuestras formas de enseñar e incluso podemos trabajar con nuestros colegas.

Tiempos para atender efectivamente a nuestros apoderados y estudiantes, hacer seguimientos de casos, coordinarse con otras áreas, realizar balances de jefaturas, entre otras acciones. En el fondo, ganamos mejores condiciones para ejercer nuestra labor y asegurar calidad a la educación de nuestros alumnos. Por lo mismo, como no es tema en ninguna agenda política de turno, nuestro único camino debe ser unirnos y luchar para que esta gran demanda haga eco en todo el país. El recorrido no será fácil, pero sabemos que conectará con el justo sentir de miles de colegas, a quienes debemos sumar a nuestra campaña para convertirnos en una verdadera fuerza organizada de profesores que sea capaz de golpear la mesa gritando con voz firme y clara:

¡Por el orgullo de ser Profesor: Fin a la JEC!

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